Qué difícil es


Qué difícil es poderme acostumbrar
a ver transcurrir la vida con la esperanza perdida
de tu amor recuperar,
a ver los días tan tristes porque desde que te fuiste
nada los volvió a alegrar.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a vivir estoicamente en la triste inmensidad
de oscuridad y despojos, porque la luz de tus ojos
ya no me volvió a alumbrar.

Qué difícil es poderme acostumbrar
a sentir mis labios fríos, pues los tuyos que eran míos
nunca volveré a besar,
a ver la naturaleza afligida en su belleza
sin tu sonrisa estival.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a sentir en el ambiente un silencio sepulcral
que quiere, de vuelco en vuelco, descubrir los dulces ecos
de tu voz angelical.

Qué difícil es poderme acostumbrar
a que estás en otros brazos y que alguien en su regazo
toda te acariciará,
a mis nocturnas angustias asido a frazadas mustias
con tus aromas de mar.
Qué difícil es poderme acostumbar
a reprimir los deseos que consumen mi ansiedad,
cuando mi cuerpo en el lecho aún reclama su derecho
a poderte acariciar.

Qué difícil es poderme acostumbar
a la que fue nuestra estancia, privada de las fragancias
de tu efluvio corporal,
a soportar esta llama que arde con fulgente flama
y que nunca se extinguirá.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a sufrir las inclemencias de mi cruda realidad
llevando cual penitencia la falta de tu presencia, hasta que llegue el final.
Será imposible poderme acostumbrar.

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Penas y alegrías del amor