Qué difícil es


Qué difícil es poderme acostumbrar
a ver transcurrir la vida con la esperanza perdida
de tu amor recuperar,
a ver los días tan tristes porque desde que te fuiste
nada los volvió a alegrar.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a vivir estoicamente en la triste inmensidad
de oscuridad y despojos, porque la luz de tus ojos
ya no me volvió a alumbrar.

Qué difícil es poderme acostumbrar
a sentir mis labios fríos, pues los tuyos que eran míos
nunca volveré a besar,
a ver la naturaleza afligida en su belleza
sin tu sonrisa estival.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a sentir en el ambiente un silencio sepulcral
que quiere, de vuelco en vuelco, descubrir los dulces ecos
de tu voz angelical.

Qué difícil es poderme acostumbrar
a que estás en otros brazos y que alguien en su regazo
toda te acariciará,
a mis nocturnas angustias asido a frazadas mustias
con tus aromas de mar.
Qué difícil es poderme acostumbar
a reprimir los deseos que consumen mi ansiedad,
cuando mi cuerpo en el lecho aún reclama su derecho
a poderte acariciar.

Qué difícil es poderme acostumbar
a la que fue nuestra estancia, privada de las fragancias
de tu efluvio corporal,
a soportar esta llama que arde con fulgente flama
y que nunca se extinguirá.
Qué difícil es poderme acostumbrar
a sufrir las inclemencias de mi cruda realidad
llevando cual penitencia la falta de tu presencia, hasta que llegue el final.
Será imposible poderme acostumbrar.

Divorcio

Con la mirada apagada de la justicia invidente
y ante una fría balanza que sopesa sinrazones,
apagando abruptamente la voz de los corazones
el juez emitió su fallo, a ley, muy solemnemente.

Y de un plumazo, impasible, como un verdugo inclemente,
ejecutó al amor sollozante para cumplir su sentencia,
sin oír a un corazón que suplicaba clemencia
pues guardaba la esperanza de rescatar a su amante.

Y en el otro corazón se confundían sentimientos,
que el amor seguía latente, que pudo más el orgullo,
que el efímero adulterio pulverizó aquel capullo
donde guardó la confianza que se deshizo en el viento.

El perdón que se imploraba en mares de intenso llanto
se estrelló contra el silencio de un sentimiento herido
que vio en la separación el castigo merecido,
aunque el amor perdurara cubierto por negro manto.

Y años de amor vividos plenos de dicha y encanto
quedaron en un instante por la justicia enterrados;
qué precio que un corazón pagó por fatal pecado
y que otro también pagó por no poder perdonarlo.

Penas y alegrías del amor