La calavera de mi amada



Sus dos cavidades tétricas, profundas,
de afilado negro y olor nauseabundo,
contuvieron ojos, siendo de este mundo;
y ahora sin lagañas podridas, inmundas,
con gusanos grises en hediondas fundas
de un tono viscoso y un asco profundo.

Cómo imaginarse que hubo allí unos ojos
que irraidaron vida y fueron hermosos,
que también lloraron y fueron piadosos;
y ahora son tan solo refugio de piojos,
de arañas peludas y de insectos rojos,
de larvas que crecen en nidos pulgosos.

De alegría macabra la mueca sonriente
bajo una asquerosa cavidad nasal,
parece burlarse de un eterno mal
con una ponzoña que es, diente por diente,
resbalosa baba de humor maloliente
que hacen a las náuseas llegar al final.

Hubo allí unos labios rojos y carnosos
que amaron, besaron y fueron ardientes,
que hicieron hermosos los tétricos dientes;
que ahora son carne de insectos rabiosos
cayendo en pedazos cual piel de leproso
sin dejar ni huellas de besos ardientes.

La encéfala masa que fue inteligente,
fue motor del sexo y también del amor,
vivió sensaciones de dicha y dolor,
acabó en abono de plagas hirvientes,
arpías diminutas peor que serpientes
que dejaron solo putrefacto olor.

Lo que fue una hermosa y feliz cabellera
que ondeó en el aire y en blancas almohadas,
quedó en una greña fatal y engrasada
cual hilo de muerte que sostiene entera
la infernal caverna que es la calavera
donde estuvo el rostro de mi linda amada.

Penas y alegrías del amor